viernes, 9 de abril de 2021

MANIFIESTO DEL INSTITUTO MÉDICO-SOCIAL DE CATALUÑA (1910)

A NUESTROS COLEGAS, A NUESTROS COTERRÁNEOS


El momento actual, para la Medicina es de suma transcendencia. Rompiendo con la rutina, a mediados del pasado siglo, creció por el método experimental con lozanía; y hoy, merced a su avance, se muestra como la guiadora suprema de los pueblos. Buscando el origen de los males orgánicos, ha debido ocuparse en los sociales, y ha visto al hombre, no sólo condicionado por el medio físico, sino por el medio social en el cual vive. Es más: a medida que la Humanidad progresa, este se manifiesta con mayor influjo; en la inmensa mayoría de casos, si los factores morbosos obran, es porque los sociales les favorecen. Siempre pendiente de ellos en el mundo, el hombre pende ya de ellos al comenzar su vida. Nacido de la tierra, es a un tiempo hijo de la sociedad en que brota; es polvo, pero influido por los efluvios de la Historia. En sus detalles, en su carácter, en su fuego vivífico, hay el rescoldo, el centelleo do las generaciones innúmeras que fueron; hay la resonancia de sus luchas, de sus deleites y tristezas; en su vida se percibe el eco perdurable de los muertos.


No nacen los hombres al acaso, sino con la marca de quienes los formaron. No viven los hombres a la ventura, sino moldeados por quienes les rodean. Heredan y les amoldan, y se adaptan o perecen, y, aunque adaptados, sucumben a las veces, porque el mismo molde les amala, ¡Cuántos de los enfermos que asistimos son sólo víctimas de sus ascendientes! Víctimas de sus vicios, de sus pasiones y extravíos; pero estos ¿qué fueron sino reflejo de los extravíos y dislates do su tiempo? Los hijos son epilépticos, los padres fueron alcohólicos; pero la culpa es de la sociedad madrastra que les llevó al embrutecimiento. Los tiernos infantes, los rosados capullos, cuya gracia roe la infección paterna, ¿qué son sino la secuela de una sociedad ignorante y corrompida? Los jóvenes que, presa del tifus, se agostan en tristes lechos, ¿no nos dicen la vergüenza de una civilización imprevisora y sucia? Los flacos, los enclenques; los pobres cuerpos trocados en pasto de gérmenes tuberculosos, toda esa pobre humanidad maltrecha, cada día más mustia y decaída, ¿no evidencian el horror de talleres y casas, de trabajos y escuelas, de salarios y vicios: de toda la trama de la sociedad nuestra?


Es toda la sociedad la que así se ofrece como objeto de la Medicina. Saliendo de nuestros gabinetes, hemos de ahondar en sus entrañas, hemos de llegar hasta su propia esencia y purificarla implacablemente.


Hubo una Medicina sacerdotal en remotos tiempos; fuimos luego simples prácticos; hoy, pujantes, continuamos, sublimándola, la labor de aquellas época. De nuevo encaminamos a los pueblos; de nuevo regulamos su existencia; de nuevo formulamos las bases de una actuación favorecedora de la vida y hasta de una moral que la enaltezca, como expresión de su excelsitud y de su belleza.


Cuando así se labora en todo el mundo, fuera criminal que no cooperásemos a la gran obra redentora. Hemos de salir de la modorra en que vivimos y luchar por ella públicamente donde quiera que precise. Por circunstancias diversas, quizá por culpa de todos, domina, desde algunos años, un espíritu farisaico en varias de nuestras Corporaciones médicas. Impasibles ante los infortunios de la sociedad, sólo salen de su inercia para discutir minucias profesionales. Bien dice algún Reglamento que los médicos, «aprovechando todas las ocasiones que se les presenten en el ejercicio de su profesión, ya por medio de apostolados orales ó escritos, inculquen a todas las clases de la sociedad la eficacia de la Medicina y de la Higiene, combatiendo toda clase de preocupaciones perjudiciales, y ayuden a favorecer y desarrollar la cultura de las clases inferiores...»; pero quienes esto imprimen no cuidan de practicarlo; obcecados por personalismos, ni efectúan apostolados sociales, ni comprenden á quienes los realizan.


Por la propia dignidad, por la dignidad patria, por la misma nobleza de nuestro sacerdocio, hemos de acabar con un estado que nos llevaría al anonadamiento. Con plena conciencia de nuestro ministerio cumplamos con él. Estudiemos las condiciones sociales; inquiramos como médicos sus defectos; busquemos la manera de enmendarlos; divulguemos los preceptos sanitarios, y demostremos sin tregua la eximia bondad de nuestra ciencia como soberana consejera de los hombres. Hemos sido por demasiado tiempo simples seguidores de sus dolencias; prevengámoslas; seamos, ante ellos, alegradores augures de salud magnífica.


Fundamos con este objeto el Instituto Médico-Social de Cataluña. Su fin es «el estudio y perfeccionamiento de la Medicina y de las condiciones sociales relacionadas con ella». Confiamos en que nuestros colegas se asociarán gustosamente a nuestra obra; a ella les invitamos, y al propio tiempo a cuantos, sin ser médicos, quieran ayudarnos con leal esfuerzo.


Seamos sacerdotes de la Vida; luchemos contra cuanto la mancille o aminore: el derecho a la Vida es el primero de todos los derechos. 


Barcelona, 15 de noviembre de 1910.





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