martes, 1 de junio de 2021

JORDI F. FERNÁNDEZ: «DIEGO RUIZ, UN PENSADOR ECLIPSADO POR SUS INTEMPERANCIAS Y UN ENTORNO HOSTIL» (2021)


DIEGO RUIZ, EL MÉDICO FILÓSOFO

Diego Ruiz, un pensador eclipsado por sus intemperancias y un entorno hostil

Diego Ruiz Rodríguez (Málaga, 1881-Toulouse, 1959) —filósofo, escritor, psiquiatra, revolucionario… y pícaro fantasioso en algunas ocasiones— es un personaje bastante olvidado que disfrutó de cierta fama durante su juventud como prometedora figura del pensamiento hispánico y, a lo largo de toda su vida inquieta, como productor de ideas y agitador de conciencias, pero también como perpetrador de pequeños escándalos que le convirtieron en el héroe de algunas leyendas urbanas barcelonesas e, incluso, en el protagonista antiheroico de la novela Jo! Memòries d'un metge filòsof (1925), de Prudenci Bertrana.

Extraño, exótico, desconcertante, egocéntrico, perturbador, pintoresco, extravagante, siniestro, estrafalario… son algunos de los adjetivos que se han utilizado para calificar a Diego Ruiz, el médico filósofo, y, para qué negarlo, algunos me parecen bastante apropiados e incluso añadiría el de mitómano. No voy a negar el acierto de algunos publicistas a la hora de retratarlo, pero, ¿por qué esa insistencia en detenerse en su personalidad sin llegar a penetrar en su obra?

Sin duda la impresión que su conducta causó en sus contemporáneos explica que su obra como pensador, literato y psiquiatra quedase velada tras las singularidades, arrebatos, exabruptos y vehemencias propias de su personalidad dionisíaca, así como tras las mistificaciones y anécdotas chocantes de su «personaje». Pero quizá también debamos atribuir en parte ese rechazo al recelo mezquino de la mediocridad burguesa que medraba en el ámbito cultural catalán y al silencio censor de la élite de orden y pulcritud que lo guiaba y controlaba,[1] y que si se refería a él lo hacía de este modo y de manera implícita en boca de uno de sus representantes: «El personatge […] emergeix tràgicament caricaturesc, per damunt d’una multitud de bohemis, d'invertits decadents, de professionals de la perversitat, d'immorals, d'anarquistes d'acció, de ganduls amb pretensions de savis o artistes, de ximples amb melena i de boigs sibil·lins i apocalíptics».[2]

Las ilusiones que Diego Ruiz había puesto en Cataluña como nación y como modelo y motor para la regeneración de una España que aborrecía y su apuesta por la creación de una élite al servicio de la nación eran del gusto de la clase dominante catalana, pero su deriva radicalmente obrerista, su desmesura pasional y el misticismo de su filosofía eran incompatibles con el racionalismo conservador y burgués de los novecentistas catalanes.[3]

Joan Maragall ya advirtió en 1908: «Diego Ruiz està personalment exasperat: és una força que no s'ha sabut o no hem sabut aprofitar encara dintre del nostre moviment, i actua tota sola, sense engranatge, sense fre; i va arborada».[4] Y Ferran Canyameres —en un texto inédito de 1963 dirigido a Dom Marc Taxonera, monje de Montserrat— sentenció: «Els intel·lectuals, entre els quals era envejat el seu prestigi, començaren a fer-li el buit, potser perquè s’obstinava cada dia més a viure en una feréstega independència, la qual anava fent d'ell un bohemi. Vestia estrafolàriament i amb descurança, amb una cabellera que li cavalcava el coll de l’americana, i atacava amb urc o insolència els que el tenien per un pobre home, els que abans l'havien tingut per un savi. Potser perquè no formava part de cap tertúlia de l’Ateneu o perquè el sabien cada dia més necessitat.»[5]

Diego Ruiz, años de gloria e infierno (1894-1913)

Diego Ruiz, huérfano de padre, se había trasladado en 1894 a Barcelona, donde residía su tío Rafael Rodríguez Méndez —prestigioso catedrático y rector de la Universidad de Barcelona entre 1903 y 1905—, y, como él, estudió Medicina. En 1902, al terminar, aparentemente, la carrera, se desplazó a Bolonia, becado por el Real Colegio de España para doctorarse en la especialidad de Psiquiatría. He dicho aparentemente porque, si se consulta su expediente universitario barcelonés, se puede comprobar que, a pesar de tener unas notas excelentes, no llegó a cursar el último año de la carrera. Aparte de eso, parece que en Bolonia tampoco pudo acabar el doctorado —si es que llegó a iniciarlo—, pues ni en esa institución se becaban estudios de medicina ni en sus archivos consta algún documento que lo atestigüe.[6]

Diego Ruiz, durante su segunda estancia en Cataluña, entre 1905 y 1913 —además de promover la Fundació Catalana de Filosofia,[7] realizar cientos de conferencias y escribir numerosas colaboraciones en todo tipo de publicaciones culturales hasta convertirse en un personaje de renombre—, publicó en castellano y catalán cinco libros de contenido filosófico o de pensamiento a los que podríamos añadir uno de carácter programático —escrito para guiar la formación política y espiritual de unas nuevas élites fortalecedoras de la nación catalana desde una orientación modernista—, una autobiografía, un par de libros de cuentos y uno de viñetas literarias, además de ser coautor de un ensayo sobre un caso de psicología patológica. [8]

Sin embargo, al mismo tiempo que desarrollaba esa trayectoria fulgurante, su comportamiento conflictivo, su agresividad discursiva y su radicalidad política[9] le iban cerrando puertas y creando enemistades.

La buena fortuna de Diego Ruiz concluyó de manera definitiva por una conjunción de factores relacionados con su nombramiento como administrador y director médico del Manicomio de Salt en junio de 1909.

En primer lugar, se enemistó con las autoridades provinciales gerundenses, pues nada más tomar posesión del cargo, aplicó tratamientos psiquiátricos innovadores que incluían un régimen abierto de entradas y salidas para los pacientes que provocó inquietud social y realizó, además, una dura denuncia pública de las condiciones misérrimas en las que los habían tenido hasta entonces.[10]

En agosto de 1910, escandalizó a las clases acomodadas gerundenses con la publicación del libro La locura de Álvarez de Castro. Ensayo sobre la psicología patológica de un episodio heroico (1910), coescrito con Prudenci Bertrana, en el que atribuían la mítica hazaña del militar durante el tercer sitio napoleónico a un episodio de desequilibrio mental (sin quitarle «un ápice de su grandeza», pero pidiendo que se recordase también «a los héroes de la paz […], sitiados por el hambre, rodeados de la indiferencia y egoísmo de los ricos»). Al menos desde 1908, sin abandonar el nacionalismo catalán, Diego Ruiz había dado muestras de su aproximación al ideario socialista —como manifiesta con suavidad en el último párrafo del libro—, y eso empeoraba la ofensa, tal como manifestó un canónigo y catedrático de filosofía al relacionarlo con «la democracia anticlerical y el socialismo sin Dios, sin religión y sin patria [y] las turbas republicanas, ebrias de sangre, de incendio y exterminio».[11]

Por último, también pudiera ser que se descubriese la impostura de su titulación médica, ya que en 1909 no la había acreditado ante el Colegio de Médicos de la provincia, que aceptó entonces su palabra como aval.

En todo caso, en junio de 1912 fue destituido o renunció al cargo de director del Manicomio. Durante los meses siguientes, rechazado por los novecentistas y distanciado de algunos de los modernistas más interesantes, vivió de manera bohemia, protegido por un grupo de amigos sitgetanos, hasta que, en 1913, tras unas breves estancias en Francia y Suiza, decide abandonar Cataluña e instalarse en Italia.

Diego Ruiz, su obra como pensador

A pesar de su personalidad extremada, no se deberían haber menospreciado sus aportaciones como pensador. ¿Acaso se estaba tan sobrado de intelectuales como para desestimarlas?[12] Diego Ruiz poseía una cultura amplia y en todo momento estuvo siempre al día en diversas disciplinas científicas y humanísticas; por ejemplo, para centrarnos en su ámbito profesional, era conocedor de la obra de Sigmund Freud a principios de siglo y de la de Reich en la década de 1930. Sin embargo, creo que el importante pensador italoargentino José Ingenieros, en su libro La cultura filosófica en España (1916), definió de manera acertada su trayectoria: «Ruiz, que había comenzado por donde pocos terminan, parece terminar por donde muchos comienzan. El bello decir, original y dionisíaco, priva ahora sobre el grave pensar; y en vez de escribir obras de filósofo ha creído más sencillo anunciarse como filósofo antes que escribirlas».[13]

También es cierto que la palabra filósofo puede entenderse con diversos sentidos. En su prólogo a Contes d'un filòsof, breve pero incisivo, Joan Maragall deja las cosas claras: «Si per filòsof enteneu l'home entretingut en formar-se un concepte abstractament sistematitzat de l'essència de les coses, i que fredament procura ajustar-ne totes les manifestacions al seu sistema, us dic des d'ara que aneu errats […]. Però si per filòsof enteneu un home fortament interessat en el misteri de la vida i lliurat amb totes les seves potències i sentits a la contemplació d'aquest misteri i a comunicar de calent en calent els espasmes soferts en aquesta contemplació, i la resolució d'ells en conducta de l'esperit individual i social, llavors no podré sinó confirmar l'expectativa vostra i reforçar-la dient-vos que, efectivament, aquestes narracions han brollat en aquella regió de l'enteniment en què els tipus i les accions extremes són vistos a la llum vaga i tremolosa del misteri de llur essència».[14]

En todo caso, intentaré describir con unas breves pinceladas su obra intelectual, desde mi pobre formación filosófica y en contra de la dificultad de comprender un pensamiento sincrético y —de manera paradójica— redactado de forma sintética, pero también fragmentaria, inconexa, desordenada, como en una fuga de ideas.[15]

Su primer libro propiamente filosófico fue Genealogía de los símbolos: principios de una ciencia deductiva (1905), [16] una obra deudora del idealismo alemán y del positivismo espiritualista, y taxonomizada como dedicada al estudio y revisión de la lógica —repleta de fórmulas matemáticas y proposiciones filosóficas—que a los legos en la materia nos resulta casi ininteligible (y por ello, a primera vista, podemos juzgarla de manera pueril como una superchería o bien como una obra extraordinaria), pero que una autoridad contemporánea como Luis Vega Reñón ha juzgado como superada ya en aquel entonces, propia de un «intelectual agudo e inquieto, [pero] autodidacto en cuestiones de filosofía y de metodología matemática».[17]

Su propuesta parece ser la de alcanzar a través de las intuiciones un método lógico que supere toda la lógica anterior y que permita concretar un Axioma primigenio sobre el que organizar todo el conocimiento intelectual.

En un artículo publicado previamente ese mismo año y en el que hace referencia a la edición inminente del libro,[18] Diego Ruiz declara que para su redacción lo inspiran «los místicos árabes, italianos y españoles», que «la filosofía es una rama de las bellas artes.» y que su aspiración es ser «Doctor en Ciencias del Amor».Después de leer estas afirmaciones, acaso podemos pensar que probablemente la intención del autor al redactar esta obra no fuera dedicarla al estudio de la lógica como el arte de razonar, sino como el arte de «descubrir», o bien a explorar ciertas directrices antilógicas, axiomáticas, que posibilitarían el desarrollo de una nueva ciencia que podríamos calificar de cognitiva..., o tal vez de una vía mística de acceso al conocimiento del mundo. En fin, cuando menos, causan extrañeza viniendo de un autor que en algunos momentos parece elevar su obra sobre la piedra sillar de la de Leibniz.

En Teoría del acto entusiasta (1906), propone como base de la ética la necesidad de alcanzar un estado de entusiasmo intenso y continuo, en dejarse poseer por él y, gracias a él, armonizar intuición, deseo y acción para así poder ejecutar la auténtica vocación de la filosofía: la vocación de vivir, de vivir en la divinidad, de crear y dominar la naturaleza empezando por la propia naturaleza humana individual, en un planteamiento optimista contrapuesto a la vía ascética de la filosofía schopenhaueriana, pensamiento con la que mantiene una relación dialógica.

¿Pero cómo se alcanza ese entusiasmo? Mediante el conocimiento, porque el conocimiento «es la Emoción misma, es decir, la Emoción como ley». Así pues, el conocimiento adquirido gracias a una lógica que procede de un razonamiento inconsciente, intuitivo, es el fundamento de la ética ruiziana.

En Llull, maestro de definiciones (1906), entre la maraña de una cartografía de las divergencias entre empíricos y racionalistas, califica al polígrafo mallorquín como precursor de Leibniz en la búsqueda de un método universal a partir del cual se sistematice mediante leyes científicas la elevación al conocimiento cierto en todos los campos del saber —una cognoscibilidad posible gracias a la bondad de la Naturaleza—, un método que se base en un arte o técnica de constituir definiciones que permita establecer la relación que vincula a cada ente con todos las demás, dentro de la unidad — innegable, ya que esta es un reflejo de la divinidad— de todos los entes de la Naturaleza.

Durante la lectura de sus obras se respira, a veces, un hálito anarconietzscheano. En su Jesús como voluntad (1906),[19] Jesús es el más alto dictador espiritual, [20] el mal es la resistencia a la acción creativa, el retraimiento, y el bien es la voluntad de forjarse a sí mismo en la acción entusiasta: «Cada vez que un hombre sale fuera de sí y pone todo su orgullo en la obra, hasta poderse sentir y llamar hijo de ella, digo que ese hombre es cristiano […]» y «[…] he empezado por odiarme para amarme mejor. Me he perseguido a mí mismo como a una bestia infame […] hasta morir. […] Después he visto como nacía otro hombre, "vestido de templanza", pero ardiendo de voluntad y entonces me he amado». Pero su Jesús como voluntad también es un llamamiento claro al socialismo y a la acción en lo colectivo: «Cristo es la posesión del mundo, la toma de posesión de un reino que nos habíamos dejado arrebatar. Nada se ha dicho ni nada se ha vuelto a decir tan grande sobre los derechos del hombre como estas palabras: todo es vuestro» y «[…] un grito de esperanza lanzado a los obreros: ¡conquistad la tierra! […].»

De l'entusiasme com a principi de tota moral futura (1908) consiste en una recopilación de cinco glosas y una nota sobre el entusiasmo y su manifestación proyectada en las artes plásticas, en la filosofía como poesía y viceversa, en la música como una lógica que va más allá de las palabras, en la escultura y la arquitectura en cuanto manifestaciones de la voluntad de poder sobre la materia, en la política y en el ansia de libertad de las conciencias y de los pueblos.

Si sus libros anteriores se dedicaron a la lógica, la ética, la doctrina cristiana y la estética, Del poeta civil i del cavaller se ocupa de la política, un tema que ya preludiaba en De l'entusiasme com a principi de tota moral futura. En la primera parte del libro, nos presenta al Poeta civil, el Caballero contemporáneo, aquel intérprete del espíritu colectivo de su pueblo capaz de cristalizarlo e imponerlo en un acto de servicio, pero poeta civil puede serlo toda persona que, ya sea a través de la experiencia estética en cualquier disciplina o a través del acto entusiasta, ejerza una dictadura espiritual en su ámbito social, aunque no mediante imposiciones, sino a través de actitudes, y todos estos preparan el advenimiento del Poeta liberador. La segunda parte del libro se dedica a las personalidades ejemplares de Goethe, Carducci, Leopardi y Chénier, a la ley histórica que hace que los pueblos avancen hacia su destino ideal incluso de manera inconsciente y a la crítica de los poetas que cantan «com ocells i no com homes», ignorantes de las cuestiones vitales de su sociedad. En la tercera, a partir de su lectura de Le Mémorial de Sainte-Hélène, se centra en Napoleón y, con él, en la figura del Emperador, la del déspota ilustrado, la del estoico entusiasta y constante, la del filósofo resolutivo que impone su ley sobre la nación corrompida. La ve cercana a la del Caballero por su audacia y su voluntad de poder, pero totalmente opuesta por su brutalidad y su ausencia de bondad, tan opuestos como lo son la dictadura espiritual y el imperialismo. La cuarta parte señala cuáles han de ser los objetivos del Caballero contemporáneo: socavar el poder de la Iglesia Católica como institución, buscar lo universal y la ciudadanía del mundo a través de lo particular y del respeto a la diversidad, y ser fieles al poder de Eros como impulso creativo, pues constituye el puente que vincula lo humano con lo divino. La quinta parte plantea su propuesta de cómo debe enfrentarse al futuro el sentimiento catalanista: odiar al opresor, luchar por la independencia, potenciar la sociedad civil frente al Estado, abandonar la prudencia y practicar la solidaridad. En la sexta y última parte concreta cuál debe de ser la aspiración del nacionalismo moderno sin la cual sería incompleta su lucha: alcanzar la libertad para todas las personas sin exclusión y abolir la explotación socializando los medios de producción. Para Diego Ruiz, solo a través de la libertad y de la igualdad absolutas se alcanza la verdadera fraternidad.

No deberían menospreciarse los artículos de opinión que publicó en la prensa catalana entre los años 1906 y 1909, unos textos que, a diferencia de sus libros, son muy claros, nada místicos, y con unas reflexiones y mensajes de civilidad y fraternidad que, salvo su retórica decimonónica, no desentonarían en los medios actuales.

La obra literaria de Diego Ruiz

Contes d'un filòsof (1908) consta de 15 cuentos de interés literario muy diverso, entre los que, por su valor estético, destacaría «Una resurrecció a París» y «Virginitat».

En «La veu de Madame Ricard», «Un rellotge fidel», «72, carrer d'Entenza» y «Una resurrecció a París» se presentan diversos casos en los que se pone de manifiesto cómo, ni que sea de forma transitoria, las leyes del mundo material pueden ser alteradas por las diferentes manifestaciones de la potencia pasional. Como contrapunto, en «L'ànima d'un vaixell», el personaje principal explica dos sucesos, fruto en apariencia de fuerzas psicoquinésicas, como derivado de fuerzas hidrodinámicas el primero y consecuencia de la sugestión el segundo.

En otros cuentos, no acabamos de discernir si como lectores hemos de recibirlos como simples testimonios objetivos de los discursos de unos protagonistas enajenados o como propuestas del narrador para que consideremos la validez de las tesis defendidas en las paradójicas declaraciones de los personajes, tesis que de alguna manera deberíamos considerar compartidas por el autor. Así, en «Virginitat», la enajenada considera que la pasión sexual no precisa de alcanzar la materialización corporal para llegar al paroxismo, con «totes les baixeses i totes les sublimitats de l'amor»[21] mientras espera que en el crepúsculo de un día otoñal, en un bosque, lleguen la culminación del Amor… y la Muerte. El doctor Härischtz, protagonista de «Com em vaig quedar cec», explica en su testamento filosófico que —después de concluir que la Emoción es una fuerza creadora y que, en cambio, la Razón un instrumento destructor que conduce a la Nada— decidió extirparse los ojos para «ver», para «verse», concentrado en la pura contemplación de la Emoción, más allá de las creaciones, o bien placenteras hijas de la luz, o bien fantasmales que acechan entre la tiniebla.

En «Un somni ben somniat» y en «Història cruel» se desvela que, tras el pregonado optimismo ruiziano y su fe en la fuerza transformadora del entusiasmo, late la zozobra de una rebelión angustiada contra la divinidad o contra la existencia misma, sea cual sea su origen. La lúcida protagonista del primero «plora a dins seu el desconhort de tots els éssers, la inutilitat de totes les vides, les blasfèmies de tots els animals […]; la pròxima o llunyana confusió dels mons, la fi inevitable d'un Univers sense fi i sense llei, sense Causa, sense Autor, un Univers boig, absurd, gravitant envers la Mort […]».[22] El protagonista del segundo, tras empatizar con el dolor sufrido por un animal que ha sido arrojado en vida al interior de un horno en llamas, implícitamente relaciona ese dolor con el dolor que la divinidad causa a todos los seres al dotarles de vida y sentencia: «Déu meu, Déu meu, quin deliri!... Quines crueltats permets sota les teves estrelles! Quin infern la terra nostra, potser per tu també destinada a cremar-se un dia a dins mateix del Sol! Oh, lliura'm aviat de la vida!».[23]

Por lo que respecta a «Una agonia en el Cimone», más allá de la negación de que la muerte sea un hecho temible o de la proposición de que un hipotético suicida pudiera acabar con su vida motivado por una finalidad científica, lo que resulta interesante es que Diego Ruiz proponga en boca de su protagonista que el tiempo no es sino una dimensión más del espacio.

«El boig Macbeth sacerdot» es un círculo de cuatro historias cortas protagonizadas por algunos de los residentes en un hospital psiquiátrico: el personaje que da título al cuento, un sacerdote al que el amor a la humanidad, su voluntad de hacer el bien, lo ha convertido en un potencial ángel exterminador y que se cree ha condenado a un castigo eterno; una mujer espectral, la loca de las flores, que cree que las flores tienen alma y que, en su sufrimiento por la vida incluso de los seres más insignificantes, desearía no hollar nunca el suelo para respetar su existencia; y un discapacitado intelectual y sensorial, el hijo natural de los dos anteriores personajes, un ser que es incapaz de comunicarse con los seres humanos, pero que sin embargo advierte la energía de las fuerzas telúricas y reacciona emotivamente bajo su influjo.

Contes de glòria i d'infern seguits dels diàlegs i màximes del Super-Crist (1911) consta de 17 narraciones y de un conjunto de 71 proposiciones sobre religión, eutanasia, moral, ética, lógica, ciencia y política recogidas en los diálogos mantenidos con un Maestro llamado Eladi Khataros, El Puro, y 44 aforismos teológicos transcritos de un viejo cuaderno perteneciente a ese mismo personaje.

Los diálogos y máximas son en su conjunto una pequeña obra maestra en la que el pensamiento de Diego Ruiz se muestra de forma concisa y diáfana, y con un suave tono lírico muy acertado.

Los cuentos se pueden dividir en dos grupos: ocho que contienen historias sustentadas de nuevo en mostrar casos en los que la potencia psíquica afecta a los procesos corporales o determina estados y vínculos que van más allá de la lógica, y nueve que se construyen a partir de referencias al mundo mítico de las sagradas escrituras de las religiones abrahámicas y que cuestionan su doctrina y sus presupuestos dando una visión alternativa o heterodoxa de algunos de los personajes que aparecen en ellas.

En «La dona de l'onze», quizá el más interesante y el más hermoso de todos los cuentos de este libro, el protagonista reflexiona sobre la belleza y la transmutación de los valores que provoca el paso del tiempo, y además revela su amor monstruoso hacia una mujer cuya belleza solo se manifiesta en una mirada.

«Lassa» trata sobre como en los sueños, liberados de la voluntad de intervención de la mente, podemos advertir con mayor facilidad las realidades ocultas de la vida cotidiana e, incluso, otras realidades aún más profundas, suprapersonales.

Las otras narraciones que componen este primer grupo no tienen el mismo interés o presentan concomitancias con situaciones ya vistas en Contes d'un filòsof, como la de la mujer que vincula el fin de la vida al de sus flores en «El suïcidi de Miss Manry».

Entre los cuentos relacionados con los personajes del ámbito mítico judeocristiano, los que constituyen parte del evangelio personal de Diego Ruiz, dos tienen como protagonista a Pilatos. En «Una nit a Palestina», el narrador, además de defender que los sueños pueden revelarnos las verdades ocultas, nos presenta un diálogo entre un mezquino y burocrático Sumo Sacerdote de Israel y un Pilatos intelectual que utilizando la lógica pretende enseñarle a filosofar, y en «Pilatus detectiu» nos explica como este personaje histórico mediante la recopilación de datos y el análisis lógico deduce la sencilla verdad que se halla tras la supuesta resurrección de Jesús.

El joven judío de «Praga daurada» nos narra el placer que le proporciona el poseer una fortaleza tal que le permite causarse de manera voluntaria un dolor psíquico tan intenso como el que pudo sentir el falso mesías odiado por los de su religión… un libertador con el que se reconcilia tras advertir que en cada humano late un mesías.

«La filla de Crist» tiene dos partes muy diferenciadas. En la primera, el narrador califica la castidad como una forma de mutilación —y manifiesta que deberíamos preferir a las personas que reaccionan de manera tempestuosa ante las tentaciones sexoafectivas frente a aquellas otras que de modo absurdo dan la espalda a los impulsos biológicos primarios— para a continuación, transmitirnos la razón —revelada en sus sueños por el mismo Jesús— por la que este se entregó a sus enemigos: la muerte por hambre y frío de Rut, la hija que tuvo con la Samaritana, después de que el despiadado fariseo propietario del huerto de la Caridad le negara cualquier ayuda entre sonrisas displicentes.

Los cuentos «L'enuig del Messies contra el Pare Etern» i «Jesús fou Satan» se construyen a partir de la misma tesis, que aparece explícita y concreta en el segundo título, que nos da la clave sobre cuál es el germen teológico de estas narraciones. Diego Ruiz estaba fascinado por la figura de Satán tal como la había interpretado Giosuè Carducci: «Satana […] è la bellezza, l'amore, il benessere, la felicità […]. Satana è il pensiero che vola, Satana è la scienza che esperimenta, Satana il cuore che avvampa, Satana la fronte su cui è scritto: Non mi abbasso»;[24] pero además, conocedor del magma de las ideas de los gnósticos cristianos, especula como algunos de ellos con la hipótesis de que, aunque pueda existir un Dios todo bondad que nos es desconocido, Jehová, el Dios bíblico, el creador del mundo material, es en realidad el demiurgo que ha originado toda la maldad. Esa tesis herética es la misma que se encuentra en las proposiciones y aforismos con los que concluye este libro. No deberá extrañarnos que, pocos años más tarde, Diego Ruiz sentenciara: «La blasfèmia és la rosa de foc de la virtut».[25] En ese contexto, Jesús no sería más que un hombre que pretende trascender su condición humana, que pretende divinizarse (ser en el espíritu) y que anuncia a la humanidad que esa ascensión está al alcance de todos.

En el primero de ambos cuentos, se afirma que Satán residía en Jesús y que se manifestaba en los momentos en que este vivía intensamente, en que filosofaba. Cuando Jesús acaba advirtiendo que Jehová, le ha condenado al dolor, al sacrificio, tal como ha condenado a todos los seres de su creación, por dignidad se convertirá en el contradiós. En el segundo, el narrador nos propone la posibilidad de que viva aún entre nosotros, en nosotros, pues el propio Jesús, aparecido entre sus sueños o ensoñaciones, le revela que, como él mismo hizo, los seres humanos si no huyen de sí mismos, si son creadores, si se enfrentan al Dios categoría, pueden aspirar a una vida en la divinidad interior, a ser el Ser.

Nieto de Carducci: confidencias, memorias y cartas de un endiablado de nuestros días (1907) es un libro autobiográfico y de memorias que ocupa desde su nacimiento hasta 1905. Como autobiografía, es un texto deficiente, pues alguno de los datos que ofrece resultan incoherentes y crean confusión, y porque además parece redactado para consumo propio, sin pensar en que no se ofrecen algunas referencias necesarias para favorecer la recepción entre los lectores. Más interesante resulta cuando refleja el espíritu de la juventud juvenil de aquel momento y la fascinación que despertó en ella la personalidad inconformista de Giosuè Carducci.

Blanco refugio: guía espiritual de Sitges (1913) es un texto laudatorio y lírico, cercano a la estética novecentista, dedicado a Sitges y a su entorno, Blanca Subur, que quiere ser un estímulo espiritual con el que transmitir a los lectores la voz de la Gracia, la voz un pueblo cuya blancura, «bajo el oro del sol, frente a lo azul» —centrada en el paraje y el santuario del Vinyet, un antiguo lugar de culto dedicado a la Gran Madre de la mitología íbera— es una muestra de devoción a la fecundidad de lo Femenino Eterno; pero también la voz del macizo del Garraf, centrado en el promontorio del Castell, donde el Ritmo humano se interpone entre los Ritmos enfrentados de las ondas marinas y de las placas tectónicas.

Años obscuros en Italia

No sabemos demasiado que vida social y laboral desarrolló en ese país, a donde llegó de nuevo en 1913 y donde residirá durante 17 años. Incluso hay largos periodos (1916-1918, 1922-1924 y 1927-1929) en los que su rastro desaparece.

Parece ser que forma parte de un grupo semisecreto, revolucionario y anticolonialista, el Klastos Club. Si hay que creer en los datos biográficos suministrados por él mismo —casi siempre sospechosos de contener exageraciones y medias verdades—, en función de esa militancia realizó algunas largas estancias en Egipto y Palestina entre 1925 y 1928.

También encabezó un grupo de estetas, gli eternisti, vinculado al anterior, al que también pertenecía el misterioso poeta Abel Gudra —¿personaje misterioso?, ¿o heterónimo del propio Diego Ruiz?, como sostiene acertadamente Antonio Godoy—, de quien se dice que influyó en la radicalización andalucista de Blas Infante.

En 1925, la Casa Editrice L'Estremo Oriente publica tres títulos de una Collana degli eternisti dirigida por Diego Ruiz: el ensayo Piensieri nuovi  su Kâlidâsa e primi incontri con W. Shakespeare, de Nathan Tschirieff, y los poemarios Le Andaluse (Diwan Tragedia del Risveglio dell'Islam), de Abel Gudra, y Tutto l'Amore (Diwan delle Musiciste dell'Eternismo), de diversos autores (Aixa Handala, Ibna Al-Galazul, Abu-Farrukha, Bhara Barkha…). Los tres libros parecen haber sido redactados por el propio Diego Ruiz y los autores… ser hijos de la imaginación de Diego Ruiz.[26]

Durante ese largo periodo —y esto sí que es innegable— publicó bastantes libros y opúsculos en italiano, francés y alemán.[27]

Diego Ruiz, el revolucionario y el exiliado

En 1931, procedente de Francia, después de ser expulsado de Italia, Diego Ruiz retornó a Barcelona…, y prácticamente nada más llegar fue detenido durante los graves incidentes que enfrentaron a la policía y a anarcosindicalistas durante la segunda quincena de septiembre de ese año.

Abandonada ya su actividad puramente filosófica, siguió ampliando y difundiendo el ideario que había concretado en Del poeta civil i del cavaller, pero también se manifestó como un defensor acérrimo del retorno a una cultura y un pensamiento de raíces iberosemitas, tarea que ya había iniciado durante sus años italianos, y, de manera paralela, se aproximó cada vez más al movimiento libertario y colaboró en publicaciones como Solidaridad Obrera, Catalunya, Tierra y Libertad y Umbral.

Continuó publicando libros de crítica política y social que, aunque contengan ideas interesantes, resultan algo panfletarios —redactados con frecuencia como si se tratara de la transcripción de una arenga—, sin excesivo interés intelectual, pese a lo que pudieran apuntar sus títulos, siempre sugerentes.[28] Y, ¡cómo no!, siguió protagonizando nuevos episodios singulares que iban renovando e incrementando su fama de personaje excéntrico.

El 1939 se exilió en Francia —residiendo en Toulouse y Biarritz—, donde todavía publicaría algunas obras y seguiría sumando activos a su trayectoria de anécdotas estrambóticas y escandalosas como la de aceptar dar una charla en una peña taurina para espetarles que «el único personaje digno y respetable de la fiesta es el animal»; mientras que todos aquellos aspectos positivos —como las muestras de su categoría como médico,[29] pese a carecer del título— seguirán siendo ignorados.

* * *

Sin duda, Diego Ruiz sufrió desde muy joven algún tipo de desequilibrio emocional que se exteriorizaba con una intensificación exponencial de su comportamiento megalomaníaco y en la estructura ideofugitiva de buena parte de sus manifestaciones discursivas; unos rasgos que, sin embargo, también le conferían, por lo visto, una capacidad de seducción asombrosa, tanto entre políticos, escritores, filósofos, editores… como, pese a su proverbial falta de higiene, entre bastantes mujeres jóvenes y hermosas.

¿Una mente brillante perdida en el laberinto de un trastorno psíquico? ¿Un pensador interesante obscurecido por las peripecias de una vida desordenada y devenido en embaucador? ¿El creador de un proyecto intelectual y político que sobrepasaba sus capacidades y sus posibilidades? ¿Un intelectual apasionado a quien marginó la circunspecta burguesía catalana? No seré yo quien emita un diagnóstico.

Jorge F. Fernández Figueras

Terrassa, 13 de abril de 2021



[1] «Aquests elements [noucentistes] dominaven els punts estratègics de la cultura i es feien dir sí senyor» (Josep Pla, Retrats de passaport, 2004). Traducido: «Estos elementos [novecentistas] dominaban los puntos estratégicos de la cultura e imponían respeto».

[2] «El personaje […] emerge trágicamente caricaturesco sobre una multitud de bohemios, de invertidos decadentes, de profesionales de la perversidad, de inmorales, de anarquistas de acción, de gandules con pretensiones de sabios o de artistas, de infelices con melena y de locos sibilinos y apocalípticos» (Josep Farran i Mayoral, «A propòsit de "Jo!" de P. Bertrana (l’aspecte moral i l’aspecte literari)», Revista de Catalunya, núm. 19, enero de 1926.

[3] «Alma Catalonia, Mater Iberorum», diagnosticó en una conferencia realizada en 1904 en Bolonia identificando el catalanismo con una causa emancipadora que incluye el obrerismo, el feminismo, el federalismo y todo tipo de reivindicación que implique libertad y justicia social, que puede convertirse en un modelo de pensamiento y acción para todos los pueblos de España e incluso para los de toda la humanidad.

[4] «Diego Ruiz está personalmente exasperado: es una fuerza que no se ha sabido o no hemos sabido aprovechar aún dentro de nuestro movimiento, y actúa sola, sin engranaje, sin freno; y desencadenada» (Joan Maragall, «Pròleg» dentro de Diego Ruiz, Contes d'un filòsof, 1936).

[5] «Los intelectuales, entre los que era envidiado su prestigio, empezaron a hacerle el vacío, tal vez porque se empeñaba cada día más en vivir en una salvaje independencia, lo que iba haciendo de él un bohemio. Vestía estrafalariamente y con descuido, con una melena que le cabalgaba el cuello de la americana, y atacaba con arrogancia o insolencia a los que lo tenían por un pobre hombre, a los que antes lo habían tenido por un sabio. Quizá porque no formaba parte de ninguna tertulia del Ateneo o porque sabían que cada día su situación era más precaria» (Ferran Canyameres, «Notes per a una biografia [de Diego Ruiz]», manuscrito, 1963).

En una nota biobibliográfica que precedía a los cuentos antologados en La veu de Madame Ricard i altres narracions (1999) dije que, tras perder su puesto de director del Manicomio de Salt, Diego Ruiz malvivió el 1913 sumido en una triste bohemia. Hoy, después de conocer con mayor amplitud documentos y testimonios de diversas épocas, puedo asegurar que durante toda su vida adulta —excepto los tres años que estuvo al frente de esa institución— vivió inmerso en una penuria económica que fue arrostrando como pudo gracias a algunos trabajos precarios y a la benevolencia de algunos fieles amigos. Deudas, sablazos, miseria, desahucios…, esas fueron las causas de su dejadez en el vestir y de la deplorable higiene corporal que tanto dieron que hablar a sus detractores.

[6] Sobre la condición de inacabados de sus estudios de medicina, pueden encontrarse datos irrefutables en Joaquim Jubert, Diego Ruiz, Prudenci Bertrana i «La locura de Álvarez de Castro», 2007.

[7] Institución estudiada de manera exhaustiva por Max Pérez en «La "Fundació Catalana de Filosofia" de Diego Ruiz (1906-1908)», capítulo de su tesis doctoral en curso.

[8] Genealogía de los símbolos. Principios de una ciencia deductiva (1905) y sus complementarios Teoría del acto entusiasta (Bases de la ética) (1906), Llull, maestro de definiciones: nueva disertación sobre los principios del método en la historia de los sistemas (1906), Jesús como voluntad: dialéctica de la creencia cristiana (1906), De l'entusiasme com a principi de tota moral futura: preparació a l'estudi de l'estètica (1907) y Del poeta civil i del cavaller (1908). Nieto de Carducci: confidencias, memorias y cartas de un endiablado de nuestros días (1907), Contes d'un filòsof (1908) y Contes de glòria i d'infern, seguits dels diàlegs i màximes del Super-Crist (1911). Blanco refugio: guía espiritual de Sitges (1913). La locura de Álvarez de Castro. Ensayo sobre la psicología patológica de un episodio heroico (1910).

[9] Por ejemplo, en el cuadernillo La Juventud y el primero de mayo (1907) llamaba a la unidad de estudiantes universitarios y obreros en la lucha por la abolición del trabajo asalariado.

[10] Diversos autores han criticado con saña su actuación como director médico del Manicomio de Salt, pero el prestigioso psiquiatra Ramon Sarró reivindicó su labor como uno de los puntos de referencia de la psiquiatría en Cataluña (Punt Diari, 20 de mayo de 1982) y, en el texto inédito ya citado, Ferran Canyameres refirió que, hacia 1950,  en ocasión de su visita al mencionado manicomio, la madre superiora de la comunidad de monjas que prestaba allí sus servicios le dijo que guardaba un excelente recuerdo de él y que, en cuanto lo viera, le transmitiera sus más sinceros y afectuosos saludos.

[11] Anselmo Herranz, «La locura de Álvarez de Castro o la del Dr. Ruiz», La Regeneración, 20 de agosto de 1910.

[12] De todas maneras, si buena parte del mundo cultural de Cataluña acabó dándole la espalda, el ámbito de la intelectualidad española casi ni se enteró de su existencia. Apenas algunas breves referencias elogiosas de Marcelino Menéndez y Pelayo, Adolfo Bonilla y San Martín y Ramon Gómez de la Serna, un prólogo de Pedro Dorado Montero, una entrada de Pelayo Vizuete en una enciclopedia… y algunos ataques desde las filas conservadoras. Más allá del contexto español, cabe destacar que tuvo algunos seguidores en Italia, como Giuseppe Ravegnani y Ettore Pellizzon; que despertó el interés entre algunos pensadores latinoamericanos como el argentino José Ingenieros y el mexicano Vicente Lombardo; y que, sobre todo, fue elogiado por Fernando Pessoa, que en un texto de 1914 (reproducido en Páginas de estética e de teoria e crítica literárias [1966])le hizo encabezar una lista de una nueva generación de españoles de gran talento: Diego Ruiz, Eugenio d’Ors, Miguel de Unamuno, Azorín…

[13] José Ingenieros, La cultura filosófica en España, 1916.

[14] «Si por filósofo concebís al hombre entretenido en formarse un concepto abstractamente sistematizado de la esencia de las cosas, y que fríamente procura ajustar todas las manifestaciones a su sistema, os digo desde ahora que estáis equivocados […]. Pero si por filósofo entendéis un hombre fuertemente interesado en el misterio de la vida y entregado con todas sus potencias y sentidos a la contemplación de este misterio y a comunicar en caliente los espasmos sufridos en esa contemplación, y su resolución en conducta del espíritu individual y social, entonces no podré sino confirmar vuestras expectativas y reforzarlas diciendo que, efectivamente, estas narraciones han brotado en aquella región del entendimiento en la que los tipos y las acciones externas son vistos a la luz sutil y temblorosa del misterio de su esencia» (Joan Maragall, «Pròleg» dentro de Diego Ruiz, Contes d'un filòsof, 1936).

[15] Pedro Dorado Montero señaló las causas de esa dificultad: «[…] a través de otro temperamento mental, a través de otra pluma, las notables y coherentes aseveraciones desparramadas (o mejor condensadas, porque es una obra de una intensa condensación) en la Genealogía de los símbolos hubieran sido más asequibles a los lectores, pues no se debe desconocer que es condición para la inteligencia el hallarse al unísono, es decir, que el escritor se acomode al orden de conceptos y de expresiones dominantes en el medio social para el que escribe» («Cuatro palabras de prólogo», dentro de Diego Ruiz, Teoría del acto entusiasta, 1906).

[16] Para comprender la dirección que tomaron sus obras posteriores, tal vez deberíamos considerar que el autor pasó de la «categoría» de filósofo a la de pensador o ensayista filosófico que dirige su intelecto desde lo puramente especulativo hacia horizontes más amplios, lo que además sería coherente con una de las conclusiones a las que llega en Genealogía de los símbolos: «[…] el hombre no puede entregarse a otra ciencia más honda que al estudio de su conducta para hacerla libre, sin lo cual nadie puede ser llamado sabio» (Genealogía de los símbolos, 1905).

[17] «Se trata de un ensayo […] diversas nociones y métodos (simbolismo, definición, demostración...) asociadas a una concepción decimonónica de la matemática, donde no falta alguna alusión ocasional a Hilbert o a Peano, si bien hecha desde el contexto de la axiomatización clásica pre-hilbertiana, sin vislumbrar la nueva axiomatización estructural ya en curso. No hay, desde luego, referencias conceptuales o técnicas a la nueva lógica simbólica o matemática» (Luis Vega Reñón, «Ventura Reyes Prósper (1863-1922) y la introducción de la nueva lógica en España», Asclepio, vol. 54, núm. 2, 2002).

[18] Diego Ruiz, «D'une nouvelle École spéculative», L'Initiation: Revue Philosophique des Hautes Etudes, vol. 66, núm. 5, 1905. Quizá sea conveniente indicar que, pese al título, se trataba de una importante revista masónica de estudios esotéricos, aunque eso no sea sorprendente ¿pues acaso no son ambas, la metafísica y el esoterismo, ilusiones nacidas de la imaginación platónica?, ni causa de especial descrédito para nuestro autor ¿acaso no es cierto que algunos filósofos y bastantes neurólogos y psiquiatras de los siglos XIX y XX en sus estudios de la mente humana elucubraron sobre cuestiones y exploraron técnicas que, en la actualidad, nos pueden parecer cercanas a aquello que, vagamente, llamamos «ciencias ocultas»?

En el texto, sin duda, se refiere al amor como a un estado de perpetuo entusiasmo, a un amor platónico (desde luego en su sentido filosófico).

[19] Este librito tuvo una segunda edición el 1907. Un éxito sorprendente para ser la obra menos reseñada de las que produjo en ese período.

[20] Quizá en el contexto histórico en el que Diego Ruiz utiliza las palabras dictador y dictadura aún no tenían unas connotaciones tan negativas como en el nuestro, acaso contienen con algunos matices unos conceptos más próximos al de despotismo ilustrado o tal vez simplemente indiquen una cualidad de ejemplaridad, pero de todas maneras ambos términos rechinan en unos oídos contemporáneos.

[21] «[…] todas las bajezas y todas las sublimidades del amor […].».

[22] «[…] llora en su interior el desconsuelo de todos los seres, la inutilidad de todas las vidas, las blasfemias de todos los animales [...]; la próxima o lejana confusión de los mundos, el fin inevitable de un Universo sin fin y sin ley, sin Causa, sin Autor, un Universo loco, absurdo, gravitando hacia la Muerte [...]».

[23] «¡Dios mío, Dios mío, qué delirio!... ¡Qué crueldades permites bajo tus estrellas! ¡Qué infierno nuestra tierra, quizás también destinada por ti a quemarse un día dentro mismo del Sol! ¡Oh, líbrame pronto de la vida!».

[24] «Satanás [...] es la belleza, el amor, el bienestar, la felicidad [...]. Satanás es el pensamiento que vuela, Satanás es la ciencia que experimenta, Satanás es el corazón que arde, Satanás es la frente en la que está escrito: No me agacho [no me resigno, no obedezco]». Fragmento de una carta de Giosuè Carducci a su editor (diciembre de 1869).

[25] «La blasfemia es la rosa de fuego de la virtud». Rosa de foc fue el nombre que recibió la ciudad de Barcelona cuando, durante la Semana Trágica de 1909, el pueblo insurrecto iluminó de rojo la noche con el incendio de conventos e iglesias.

[26] Aunque es cierto que ya en 1906 Diego Ruiz había mencionado a un Tschirieff, tratándolo de antiguo conocido («Els nous ideals de la Ibèria», El Poble Català, 13 de enero de 1906 ), el estilo de escritura del libro firmado por Nathan Tschirieff coincide con el característico del médico filósofo y las ideas que expone parecen dictadas por este último.

Alguien podría preguntarse si el editor, el niponólogo Bartolomeo Balbi, no advirtió el engaño. Pues bien, quizá era plenamente sabedor de esa circunstancia, ya que él mismo era sospechoso de no ser el traductor, sino el autor, de las novelas más exitosas de su editorial, las escritas por la japonesa Tsubaki Myû, una autora absolutamente desconocida en Japón (Adriana Boscaro, Narrativa giapponese: Cent'anni di traduzioni, 2000).

[27] Ensayos filosóficos como Das Ueberwirbeltier. Praeludien einer Philosophie als Kosmogonie (1913), Die Welt ein symbol (1914), Kosmogonischer Dialog (1914), Prima prova di un Principio nuovo sulla natura del Tempo, come propedeutica alla dottrina del Ritmo (1921), La Musicalità di Eschilo e l'enigma artistico del «Prometeo incatenato» (1921) y Contro Chopin: Impromptu di un filosofo dell'entusiasmo contro ogni possibile ritorno del «Primitivo» (1921); y textos de crítica política y social como L'anima di Ferrer. Conferenza tenuta a Ravenna (1914), La guerra d'oggi considerata come una delle belle arti (1914), Impromptu adversus Austriam (1915) y Dio mendicante: il grido della insurrezione indiana (1930).

[28] Missatge a Macià (1931), El crim dels Reis Catòlics i la fi de la missió de Castella (1931), Represión mental en Alemania. Piezas de convicción para un juicio sobre el Nazismo y la cuestión judía (1933), El Duce contra el Negus: análisis científico de un sangriento conflicto (1935), Vacunar es asesinar. Dejarse vacunar, suicidarse (1935) y La Química contra la humanidad: la verdad a mi pueblo sobre la falacia de la defensa pasiva contra los gases (1937), entre otros.

[29] Puede encontrarse un testimonio de su buen hacer como médico durante los años de su exilio en el texto inédito ya citado de Ferran Canyameres.